jueves, 29 de septiembre de 2011

The Dandiacal Body

Me hablaba un amigo de su culebrón con una chica que conoció al iniciar sus estudios de ingeniería (pocas damas hay en su facultad). Una chica agradable y sencilla (a primera vista), interesada tanto por actividades culturales tanto de su propio ramo como del de letras. Una de esas rara avis que pueden hablar de Byron como neuropsicología o la construcción de un submarino. Era lo que algunos llaman dandizette, una mujer dandi (aunque solo a primera vista) y resulto serlo solo de boquilla, como aquellos que en un bar piden un gintónic como paradigma de la coctelería y no han oído hablar ni del dry martini o el beso de tortuga.

Todo les iba bien hasta que se enamoraron: él de ella y ella del que quería que fuera él.

Él es de provincias y ella es urbanita. El desasosiego empezó cuando el quiso seguir siendo quién era (romántico empedernido y algo bohemio) y ella quiso volver a ser normal; esto hizo que ella le soltara la peor puya en la que podía pensar, a mi parecer, un piropo:
—Yo busco alguien especial con quien pueda hacer cosas normales.

Analizo la cita. De buenas a primeras le llamo raro algo que, al menos para mi, es un gran halago. Pero el problema de la rarez personal es que a veces deja de ser la lucecita que nos hace distinguidos y distinguibles para convertirse en una luz incomoda, cegadora y ridícula a la vez, como (perdónenme los narigudos) una napia que se pasa de personalidad para ser un porche para el bigote.

Hay dos maneras de llevar la rarez: riéndose uno de si mismo, que me parece algo de lo más hipócrita pero esta socialmente aceptado, o encajando las peculiaridades de uno con el prójimo y aceptando críticas con estoicismo aunque la mayoría de comentarios son un insulto con intención de denotar que nuestra originalidad y especialidad son ridículas, cuando quien hace esos comentarios de escarnio es tan o más ridículo que nuestro desorden estilístico.

Dicho de otro modo: (parafraseando a William Beau Brummell) la originalidad nace de un estudiado desorden pero sin la apariencia de estudio. Si levantara la cabeza el padre del dandismo se daría cuenta que lo que el ideó como rechazo a lo recargado y excesivo (pelucas, maquillaje, perfume...), no se asustaría por que el dandismo se haya reconvertido en algo recargado de anacronismos, si no que es un rechazo a la pseudomodernidad que se postula en la actualidad como en su momento fue una crítica al falso clasicismo del que nadaba a contracorriente en su origen. A parte de este detalle, otra diferencia entre el antiguo dandismo y el actual es que ahora es imposible que se ponga de moda o se convierta en una tribu urbana, ¿o sí?

En definitiva, se sea o no un dandi, la originalidad con extrema moderación es buena siempre que no este basada en la originalidad de otros, entonces deja de serlo para convertir-se en copia, aunque la inspiración en las virtudes de otro es aceptable. A lo que no hay que ceder es al uniformismo que hay en la actualidad, y no me mal interpreten, sobre todo en el vestir femenino.

Insto al rechazo de la tónica actual, eso si, con gusto. Debo añadir que nadie puede forzarse a la genial originalidad si no tiene el don congénito (todo el mundo en mayor o menor medida es participe de él) pero no se debe caer en falsos ídolos de originalidad: véanse tribus urbanas de la contracultura de la actualidad como los perroflautas o el estilismo de algunos pseudoconservadores de extrema derecha. Sacando de contexto a Ben Franklin, todo aquel partícipe del extremismo debería ser castrado y repartir todo "lo suyo" entre los borregos de la humanidad ya que parece que les falta "virilidad" (él no dijo virilidad).

lunes, 5 de septiembre de 2011

El dinero, por un lego en economía

Dice Cicerón en De Senectute que jamás ha oído (o, mejor dicho, oyó) que un anciano olvidase donde había escondido su dinero. Bien, esto no es lo que me ha pasado a mi. Hace cosa de un mes, en una visita a mi abuela me dijo que se había encontrado 5500 pesetas en una carterita que le regaló, hace años, mi difunto abuelo. Son cinco billetes de 100 pesetas (del año 1970) y otro de 5000 (éste, del 76): los primeros vienen con un retrato de Manuel de Falla y el de 5000 con el de Carlos III.


Lo interesante de todo esto no es cómo mi abuela olvido esta fortuna en un bolso que no ha utilizado en, al menos, treinta años sino en lo que he reparado al echar una ojeada a las 5500 pesetas de mi abuela al volver del banco esta mañana.

Hoy mi madre me ha pedido (para la caja de la empresa familiar) que fuera a buscar cambio de 1000€. Con dos billetes de 500 me he dirigido a la sucursal del Banco X que hay en la esquina al otro lado de mi calle. Tras sospechar de mi mismo como atracador de bancos (es lo único que provocan esas puertas de seguridad) he esperado a que quedara una ventanilla libre y me he acercado a la amable cajera con intención de hacer la transacción (aunque técnicamente ni el banco gana nada ni yo gano nada, es la entrega de mil euros por su tantundem). Lo que ha sucedido es que la señorita me ha pedido un número de cuenta pero no tenía intención de ingresarlo ni tengo cuenta en el Banco X así que le he repetido que yo quería cambio. A esto ella me ha insistido en que necesitaba una cuenta particular pero, aun explicándole que venía de parte de una empresa me ha reclamado que necesitaba a un apoderado para poder hacer el cambio con una cuenta de empresa, cosa que yo no quería; tratándose como se trataba de simple cambio.


Si yo traigo un efectivo de 1000 (no teniendo ninguna deuda con ninguna entidad) implica que yo respondo de esa cantidad personalmente y que, por mucha rabia que le dé, a la amable cajera (ahora mala bruja, devoradora de tiempo y productividad), tendrá que darme otro tanto de la misma especie y calidad de lo que yo le entrego. Puedo entender que esto sea para evitar que un moroso trate de pasarse al efectivo para no pagar sus deudas bancarias, como hacía el dibujante Vázquez, pero no admito como excusa que el motivo de esto sea evitar que se dé cambio con la entrega de billetes falsos; seamos francos, al banco no le interesan los billetes falsos (ni a mi tampoco) pero el banco es la entidad idónea para interceptarlos. Por otro lado, con sus medidas de seguridad en la puerta y a la hora de darme cambio ya envían a tomar viento la presunción de inocencia hasta de la más venerable anciana (cosa que he visto cuando una señora no entendía como entrar por la puerta de seguridad, que es triple en el Banco X). Tras dedicarle un par de sonrisas condescendientes a aquella amable cajera que me ha aumentado el mal humor mañanero propio de mi persona he decidido probar, a ver qué me decían, en el Banco J, el cual me ha dado siempre la sensación de ser de los de toda la vida; a pesar de que algunos de los jefes de esa sucursal vayan en mangas de camisa y yo me afeite más que ellos (¡Qué carca soy!).

En el Banco J me han tratado con amabilidad y me han dado el dinero al instante, cierto que en este sí tengo una cuenta pero dudo mucho que el cajero lo supiera dado que no me lo ha preguntado y solo he entrado en ese local para usar el cajero automático algún fin de semana.

Al llegar a casa, le he entregado el efectivo a mi madre y, como ya he dicho, me he mirado las 5500 pesetas: en los 6 billetes, que tienen tantos años que podrían ser mis padres, reza una inscripción "El Banco de España PAGARA AL PORTADOR (tantas) PESETAS. Madrid a tantos de tantos de mil novecientos tantos". Cierto que ni el Banco X ni el J son el Banco de España (cuyo edificio sucursal en Barcelona es precioso tanto por dentro como por fuera) pero llevo un título que me es válido en varios países el cual depende del Banco Central Europeo, que a su vez delega en el Banco de España.

Lo que realmente me sorbe el seso y no soy capaz de comprender es la presunción de culpabilidad que se nos aplica cuando pretendemos hacer un inocuo cambio de dinero y se nos trata como estafadores que usan moneda falsa o blanqueadores de dinero. A mi parecer se trata de una atribución de poder al cajero a lo vigilante de piscina (alguien que no tiene potencial de liderazgo y se le legitima para usar la vil excusa de "es por su seguridad" para marimandonear y no beneficiar, tampoco diré perjudicar, a aquellos que pretendemos hacer uso de un servicio: cambio en el banco, baño en la piscina).

En definitiva, es envidiable la falta de escrúpulos que tienen algunos cuando se trata de ser un estorbo y la vergüenza que tiene la gente para ser amable. Para mi no ha sido un gran esfuerzo añadir a la nota de mi madre que cantidad de billetes necesitaba de cada tipo y la cantidad de euros que representaban respectivamente, del mismo modo, no espero una sonrisa ni un cómo esta usted aunque el más aséptico y frío de los servicios debe ser agradecido si es que nos lo hacen. No hace falta ser un mono pelota, pero cuando se hace un trabajo y, encima, se nos paga por ello, en primer lugar, debemos hacerlo y, en segundo, debemos hacerlo bien como poco.