miércoles, 8 de mayo de 2013

Novela negra en St. Gervasi

Hoy, como muchas mañanas he bajado a desayunar con mis señores padres a la cafetería/granja que hay en el bajo del edificio donde vivimos. Me he acordado de dos ilustres de la Ciudad Condal, Quim Monzó, lavanguadista por todos conocido, y Frederic Malagelada, cazador de tesoros y jurista.

Del primero me he acordado por la situación, costumbrista cuanto menos, que mi madre y yo hemos vivido, digna de un artículo de Monzó (aunque también de una anécdota de Malagelada, la diferencia es que éste la ubicaría, como siempre hace, en Sitges). Al bajar a la calle, se nos ha acercado un obrero, quejándose de un vecino nuestro, se le ha encargado alisar el suelo de nuestro trastero, el cual mi madre y yo hemos ordenado al efecto en als últimas semanas. Se quejaba de aquel pesado que, cada pocos días importuna al portero o a mi padre diciendo que quiere que le enseñemos un permiso de obras, permiso que no necesitamos, pues ninguna obra se ha llevado a cabo. Lleva así desde que vinimos a vivir aquí, ahora hace ya 10 años. El colega, sin ningún tipo de maldad, pretende tocar los perendeles por no tener nada mejor que hacer: no lo consigue, a pesar de ser la persona que más veces me ha amenazado con denunciarme sin que él pueda sacar ningún beneficio de un proceso contra mis padres o un servidor.

Tras decirle al bueno hombre que no se preocupara, hemos entrado en la cafetería y se nos ha servido café, de la manera que tan graciosa como precisa en que lo describió Monzó hace unos meses: el camarero ha tirado el plato sobre la barra oyéndose un clang-clang-clang estridente que aumentaba de frecuencia hasta dejar de repiquetear el platito contra la superfície. Habiendo desayunado, he acompañado a mi madre a la calle para despedirme de ella y mi padre, quien esperaba en el coche. En ese momento, me he encendido mi primer cigarrillo del día, viendo entonces la encarnación de uno de los personajes de la Editorial Bruguera, nuestro propio Anacleto, Agente Secreto. Aquí me he acordado de mi apreciado caza tesoros, pues, en su momento, él, como abogado de Bruguera, tuvo que ir varias veces a pagar la fianza del dibujante Vázquez.

Nadie sabe exactamente a quien vigila, pero todo el barrio sabe lo que esta haciendo. Apareció hace unos meses, de manera poco discreta, aparcando un deportivo en medio de una manzana de la calle Muntaner de 9 a 1 casi cada día laborable.

Por mi costumbre de bajar a tomar café a las siete de la mañana durante mis últimos años de bachillerato, he tenido relación con porteros de finca y otros empleados de la zona que tiene que madrugar. Ello me ha evocado a los vicios del cotilleo y, sin quererlo, a enterarme de todo lo que pasa en mi barrio o, como mínimo, en mi manzana.

Al acabarme mi cigarrillo he ido al estanco a cambiar la piedra de mi encendedor (otra vez, costumbrismo) y allí estaba Anacleto. Debo decir que es tal y como imaginaba yo a los detectives cuando era crío, barba de tres días, pelo canoso, traje azul marino muy oscuro, corbata aflojada y camisa blanca con el boton de arriba desabrochado, solo le falta una gabardina grasienta. No hablo del fedora porque eso ya sería rizar el rizo. El hecho es que todos, creo, imaginamos a los detectives como tipos así pero que se esconden detrás de un periódico y gafas de sol en una mesa de un bar o el banco de un parque o alguien que, como mínimo, pretende pasar desapercibido. Anacleto no: el aparca donde nadie puede aparcar, bien a la vista de todos, sin salir del coche más que para comprar tabaco o ir al bar de debajo de casa a usar el lavabo o pedir un bocadillo de queso (mis detectives de infancia también lo comían).

Lo gracioso de todo es que te mira mal si le miras directamente como un "Man, you're gonna blow my cover" podrían pensar algunos, pero, pasados los meses, ahora parece más un "No me gusta que me hagan sin cobrar lo que yo hago cobrando". No crítico su modus vivendi (yo también, como holmesiano y poirotista, he querido ser detective), critico sus métodos, su indiscreción y, en cierto modo, su actitud respecto de lo que hace. De hecho, llegado este punto y todo el barrio sabiendo que está vigilando a alguien, me sorprendería que su "objetivo" no supiera ya que esta siendo vigilado/a (añado el a porque en el barrio hay la teoría de que esta contratado por un marido celoso).

En definitiva y conclusión, que nadie puede negar que cada esquina de Barcelona da para un libro o, incluso, una serie de novelas y que, a pesar de no haberle dedicado casi nada de tiempo, me frustra que con mis mínimas dotes detectivescas no haya podido averiguar a quién se está vigilando.

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