miércoles, 21 de marzo de 2012

Equinoccio primaveral

No soy un gran amante de la primavera y menos aun del estado de hiperglucemia al que nos lleva a todos, me incluyo, aunque a unos más y otros menos. Lo peor del caso es que empecemos con lluvias y mal tiempo por mucho que me gusten.

Es también esa época en la que la gente confía más en la bonanza meteorológica y, por ello, se ven camisetas, patalones cortos y esos monísimos vestiditos de verano. Por otro lado, se siguen viendo abrigos y gabanes.

Recuerdo un día de abril del año pasado, en uno de esos eternérrimos semáforos, mientras yo llevaba un tres cuartos americana y chaleco de esos que puso de moda el Príncipe Alberto en Gran Bretaña, tenía al lado a un individuo en camiseta imperio, bermudas y sandalias haVaianas —acabo de descubrir que no se dice "jauaianas" sino haVaianas, como cuando mi padre imita y caricaturiza a su profesor de geografía en el bachillerato hablando de las islas Havai mientras señala Tasmania o Nueva Zelanda. El tipo no era nuestro guiri de manual con sandalias y calcetines, era uno de estos de aquí de toda la vida pero bueno más sorprendente era que el tiempo, parecido al de hoy: lluvia, cielo gris y paraguas transparentes.

Yo personalmente prefiero el sol frío de invierno al destello enemigo de fotofóbicos. Además uno ya no puede ir a leer al claustro de la biblioteca Nacional de Cataluña por que con buen tiempo se llena de niños y adolescentes campaneros sin olvidar la multitud de turistas que se pierden en el Raval durante el "Spring Brake".

Volviendo a la lluvia, yo siempre he adorado el olor a tierra mojada y el chapoteo en charcos como cualquier hijo de vecino —sí, ese niño que nos saplica cuando atravesamos la plaza Adriano (mala idea hacerlo con o después de lluvia) y se le debería atar con correa más corta que la del reloj de pulsera. A mi siempre me gustava salir de los sitios (cafés, biblotecas, tiendas, la facultad o donde sea) y volver a casa a través de una Barcelona encharcada con abuelas cubiertas con bolsas de la compra a modo de Lady Gag de geriátrico pero por el hecho de que andandico andandico uno se moja lo justo y previsto yendo de un sitio a otro. Prefiero la gabardina y el sombrero al paraguas o el chubasquero (uno parece empapar menos los suelos de allí adónde entra y despierta simpatias de gente que carretea pargaguas, modo de iniciar conversaciones).

La lluvia, igual que el agosto, es un gran indicador de si la causa de unos manifestantes es seria y necesaria o se trata de un capricho o rabieta con motivos lejanos a la causa que se alega. Igual que se veía a los anitaturinos frente a La Monumental los domingos de julio mientras que en agosto no estaba ni el tato (eso sí, la manifa convocada con sus consiguientes furgones policiales por si las moscas); en alguna sentada de las del 15-M del año pasado veiamos, un amigo y yo desde la esquina de la Rambla de los Capuchinos con calle Tallers como numerosos individuos se retiraban de las "asambleas" y corrían hacia las bocas de metro de Plaza Catalunya (válgame Dios, siempre salgo con perroflautadas).

En resumen, que sí, que necesitamos agua para el verano y para, entre otras cosas, paliar los incendios y reducir su riesgo pero un pelín de Solete lo agradece hasta el más sombrío de los góticos (perdón por el tópico).

1 comentario:

  1. Si te sirve, a mi la lluvia me gusta mucho :D Remarcando especialmente el olor a tierra mojada.

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