miércoles, 8 de mayo de 2013

Novela negra en St. Gervasi

Hoy, como muchas mañanas he bajado a desayunar con mis señores padres a la cafetería/granja que hay en el bajo del edificio donde vivimos. Me he acordado de dos ilustres de la Ciudad Condal, Quim Monzó, lavanguadista por todos conocido, y Frederic Malagelada, cazador de tesoros y jurista.

Del primero me he acordado por la situación, costumbrista cuanto menos, que mi madre y yo hemos vivido, digna de un artículo de Monzó (aunque también de una anécdota de Malagelada, la diferencia es que éste la ubicaría, como siempre hace, en Sitges). Al bajar a la calle, se nos ha acercado un obrero, quejándose de un vecino nuestro, se le ha encargado alisar el suelo de nuestro trastero, el cual mi madre y yo hemos ordenado al efecto en als últimas semanas. Se quejaba de aquel pesado que, cada pocos días importuna al portero o a mi padre diciendo que quiere que le enseñemos un permiso de obras, permiso que no necesitamos, pues ninguna obra se ha llevado a cabo. Lleva así desde que vinimos a vivir aquí, ahora hace ya 10 años. El colega, sin ningún tipo de maldad, pretende tocar los perendeles por no tener nada mejor que hacer: no lo consigue, a pesar de ser la persona que más veces me ha amenazado con denunciarme sin que él pueda sacar ningún beneficio de un proceso contra mis padres o un servidor.

Tras decirle al bueno hombre que no se preocupara, hemos entrado en la cafetería y se nos ha servido café, de la manera que tan graciosa como precisa en que lo describió Monzó hace unos meses: el camarero ha tirado el plato sobre la barra oyéndose un clang-clang-clang estridente que aumentaba de frecuencia hasta dejar de repiquetear el platito contra la superfície. Habiendo desayunado, he acompañado a mi madre a la calle para despedirme de ella y mi padre, quien esperaba en el coche. En ese momento, me he encendido mi primer cigarrillo del día, viendo entonces la encarnación de uno de los personajes de la Editorial Bruguera, nuestro propio Anacleto, Agente Secreto. Aquí me he acordado de mi apreciado caza tesoros, pues, en su momento, él, como abogado de Bruguera, tuvo que ir varias veces a pagar la fianza del dibujante Vázquez.

Nadie sabe exactamente a quien vigila, pero todo el barrio sabe lo que esta haciendo. Apareció hace unos meses, de manera poco discreta, aparcando un deportivo en medio de una manzana de la calle Muntaner de 9 a 1 casi cada día laborable.

Por mi costumbre de bajar a tomar café a las siete de la mañana durante mis últimos años de bachillerato, he tenido relación con porteros de finca y otros empleados de la zona que tiene que madrugar. Ello me ha evocado a los vicios del cotilleo y, sin quererlo, a enterarme de todo lo que pasa en mi barrio o, como mínimo, en mi manzana.

Al acabarme mi cigarrillo he ido al estanco a cambiar la piedra de mi encendedor (otra vez, costumbrismo) y allí estaba Anacleto. Debo decir que es tal y como imaginaba yo a los detectives cuando era crío, barba de tres días, pelo canoso, traje azul marino muy oscuro, corbata aflojada y camisa blanca con el boton de arriba desabrochado, solo le falta una gabardina grasienta. No hablo del fedora porque eso ya sería rizar el rizo. El hecho es que todos, creo, imaginamos a los detectives como tipos así pero que se esconden detrás de un periódico y gafas de sol en una mesa de un bar o el banco de un parque o alguien que, como mínimo, pretende pasar desapercibido. Anacleto no: el aparca donde nadie puede aparcar, bien a la vista de todos, sin salir del coche más que para comprar tabaco o ir al bar de debajo de casa a usar el lavabo o pedir un bocadillo de queso (mis detectives de infancia también lo comían).

Lo gracioso de todo es que te mira mal si le miras directamente como un "Man, you're gonna blow my cover" podrían pensar algunos, pero, pasados los meses, ahora parece más un "No me gusta que me hagan sin cobrar lo que yo hago cobrando". No crítico su modus vivendi (yo también, como holmesiano y poirotista, he querido ser detective), critico sus métodos, su indiscreción y, en cierto modo, su actitud respecto de lo que hace. De hecho, llegado este punto y todo el barrio sabiendo que está vigilando a alguien, me sorprendería que su "objetivo" no supiera ya que esta siendo vigilado/a (añado el a porque en el barrio hay la teoría de que esta contratado por un marido celoso).

En definitiva y conclusión, que nadie puede negar que cada esquina de Barcelona da para un libro o, incluso, una serie de novelas y que, a pesar de no haberle dedicado casi nada de tiempo, me frustra que con mis mínimas dotes detectivescas no haya podido averiguar a quién se está vigilando.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Un día más de puente.

No me canso de decir que es una contradicción en todos los niveles que algunos propongan huelga de estudiantes. Por enésima vez, la huelga es el cese de actividad y, por tanto, producción que hace el obrero en contra del patrón.

La actividad de un estudiante solo le incumbe (en su beneficio o perjuicio) al mismo a excepción de los tan en boga trabajos en grupo. Ergo si uno deja de estudiar o ir a clase el único damnificado es él mismo; en última instancia, el profesor que ha ido a clase para nada y eso contando que haya un 100% de participación. Pero el docto docente no tiene ninguna culpa del hecho que hayan subido las tasas universitarias ("tasas" en castellano, "taxas" en catalán).

Por otro lado, tú, rojillo de pa sucat amb oli, ya que te empeñas a llamar huelga a eso que tu quieres hacer que en ningún idioma corresponde a la definición de dicho significante, si quieres seguir jugando al marxismo con tu pañuelo de la intifada, la americana de pana y tu ejemplar de EL PAÍS, hazlo con el vocabulario adecuado. Ni els catalans han de dir "huelga", ni els castellans "vaga". Vaga es el femenino de vago en castellano; "huelga", simplement, és una mostra de la teva incultura en la llengua que "tant" t'identifica.

Si somos tan catalanes, que ho som, y tenemos lo del seny y la rauxa, pongamos en práctica lo segundo con conocimiento de causa y propiedad en el ejercicio: con seny.

Para finalizar, si no n'hi ha de "tête", nada de tocarse los pilindinguis. ¡Eh! Que todos sabemos que la huelga se convoca para mañana, jueves, y el viernes empieza el puente del Pilar...

domingo, 15 de julio de 2012

Alexander Porter y Elisabeth Tourvel

Hace poco oí la siguiente historia.


           Una noche de mediados de junio de 1927 el S. S. Catherine, una nave de simple belleza surcaba el Támesis mientras se celebraba una fiesta a bordo. Cuando se acercaba al puente de Westminster se oyó como caía algo al agua. A pesar de que el sonido fuera amortiguado por el surcar de la barcaza y el repiqueteo de la lluvia sobre la cubierta una joven señorita que había salido a tomar el aire a proa vio claramente como una gabardina con alguien enfundado en ella se quedaba flotando en el agua. La chica pidió a uno de los marineros que encendiera una luz y enfocara aquella cosa.

El primer pensamiento de la joven dama y del marinero fue el más que obvio intento de suicidio; lejos de querer acabar con su vida, Alexander Porter había saltado al río por tedio. No estaba haciendo nada, paseaba, cerca de la medianoche, para matar su insomnio y se lanzó al agua para ahogar su aburrimiento y nadar los 100 metros que le separaban de la orilla sur.

Al grito de “Man overboard” el barco viró para pescar al nadador amateur, haciendo que muchos de los asistentes a la fiesta derramaran parte de sus bebidas los unos obre los otros.

A diferencia de aquel que saltó del Golden Gate de San Francisco, al quien se le atribuye la frase “a media caída me di cuenta de que era una mala idea”, Alexander Porter tuvo el mismo pensamiento pero una vez zambullido en las frías aguas de verano del Támesis.

Una vez pescado y cubierto con una inmensa toalla la chica le preguntó por qué y se quedó pasmada de cómo a alguien se le ocurriría saltar al río londinense en las horas largas de la noche, o cualquier otro momento del día para tal propósito. El pasmo paso en seguida  ser histeria y la chica se echó a reír. Apareció entonces el patrón de la embarcación con las mejillas muy rojas, por ello, a pesar de que intentaban hacerle entender la situación en su estado de embriaguez lo único que supo decir fue “lo que necesita este hombre es una copa”.

Entraron los tres en el improvisado salón de fiestas y tras perderse el patrón entre la multitud se acercaron la chica y Alexander Porter a la barra y les fueron servidos sendos vasos de ginebra.
            -Me llamo Elisabeth Tourvel- dijo mientras añadía agua tónica a su ginebra.
            -Alexander Porhjer- respondió atragantándose a su primer trago.
            -¿A qué se dedica?, a parte de a nadar por el Támesis cuando se aburre, señor Porter.
            - En realidad era mi primer día en el oficio y debido a usted no ha ido como esperaba pero el resto del tiempo estudio filosofía en el King’s College.

            Lo último que espera uno de situaciones como ésta es que el tema de conversación sea banal aunque generalmente los diálogos acaban divagando en rincones de la propia psique que hasta uno mismo desconoce que estén ahí. Elisabeth Tourvel era una apasionada de las lenguas y, como connaiseur del tema, Alexander porter le daba buena conversación.

            Las horas volaron para Elisabeth y Alexander, que ahora ya se tuteaban. Largo tiempo estuvo Alexander Porter añadiendo ginebra al agua del Tamigi como diría Lord Falstaff pero finalmente el S. S. Catherine atracó en el muelle de Temple y Alexander y Elisabeth se despidieron al llegar al Strand, dirigiéndose ella hacía Fleet Street y él hacía Covent Garden.

            Caminando en la lluvia de Maiden Lane fue donde empezó a sentir un vacío tremendo después del agradabilísimo rato que había pasado con la ropa empapada por su chapuzón. Dándose cuenta de su error, Alexander Porter corrió de vuelta al Strand, pasó por delante del Savoy y de su facultad y llegando a Fleet Street vio a Elisabeth Tourvel refugiada de la lluvia bajo un porche, la reconoció por su curioso sombrero granate.

            Se le acercó, despeinado y mojado, aunque no tanto como recién salido del Támesis. Ella estaba distraída viendo el chaparrón esperando que aflojara o bien pasara un taxi.

            -hola otra vez- ella se giró con cara de sorpresa que se tornó rápidamente en una sonrisa- ¿Podría volver a verte?

            Se hizo un silencio solo interrumpido por la lluvia y el chirrido de los frenos de un taxi.

            -Sí, déjame que té dé mi dirección- sacó él una empapadísima agenda y su pluma. Entonces se demostró que el agua fluvial no es buena para escribir. Buscó ella en su bolso una libretita y tras garabatear sus señas arrancó la página y se la dio a Alexander para luego subir al taxi. Alexander Porter guardó con sumo cuidado el papel en el bolsillo que sintió menos mojado  y volvía encaminare hacía Covent Garden, vivía justo detrás de la Opera.

            Llegó a casa algo más empapado que cuando salió del Támesis pero con una sonrisa tan grande como su cansancio.

            Se despojó de la increíblemente mojada gabardina, pudiera haberse dicho que había más agua que tela. Vaciando sus bolsillos vio otra vez la nota de Elisabeth Tourvel: 54 St. Bride Street. La dejó sobre la mesilla de noche, se desnudó y, después de secarse un poco, se metió en la cama.


            Por la mañana, dos horas después de acostarse, sonó el despertador. Mientras lo buscaba con la mano muerta, porque se le dormían los brazos ya que le gustaba dormir boca abajo, tiró la nota de Elizabeth Tourvel y al levantarse se le pegó al pie. La cogió y se dio cuenta que por la parte de atrás había algo más escrito.

sido horrible de no haber aparecido Alexander Porter.
Es el hombre más extraordinario que jamás he conocido.
15/06/1927
                           .


            Por su parte, Elisabeth Tourvel se despertó muy tarde. Lo que hizo que se levantara fueron los timbrazos que sonaban. Alguien llamaba a su puerta. Un desaliñado chico con delantal marrón sucio de tierra esperaba al otro lado de la puerta.

            Se puso una bata, se arreglo el pelo y abrió la puerta para recibir un ramo de rosas del boquiabierto repartidor quien al superar su estupefacción dijo:
            -Con el aprecio del señor Alexander Porter.

            Despidió al chico y se sentó cerca del ventanal que daba a la calle para poner las flores en la mesilla de café cuando vio una nota. Un papel arrancado de una libreta que había estado empapada. Decía:


           Me hubiera ahogado de no haber sido por Elisabeth Tourvel.
Es la mujer más maravillosa que jamás he conocido.
A. P.

miércoles, 4 de julio de 2012

Edward VII Rooms

Nunca pensé que mi desprecio hacia los huelguistas llegaría al punto del odio. Hace ya dos días que estoy instalado en Londres pero mi odisea hacia la ciudad de Holmes, Churchill y otros ha hecho que me plantee si realment tiene utilidad el hecho de provocar parones en las tareas que a uno se le adjudican más alla del hecho más notiorio que es, hablando en plata, joder al personal.

Después de que mi amigo Stranglehoff me dejara en el aeropuerto, esperé a que abrieran mi puerta de embarque cosa que no se hizo hasta 30 minutos más tarde de la hora a la que se suponía debía despegar mi vuelo. Fue entonces cuando la amable senyorita que me estaba revisado el billete fue avisada de que el vuelo se volvería a retrasar. Al parecer había sido alcanzado por un rayo cuando iba para Barcelona y, por imperativo legal, debía pasar una inspección cosa que llevó a otra espera de hora y veinte minutos. Por muy molesto que sea esto, no tiene mucho sentido enfadarse con el tiempo.

Tras la eternérrima espera, al fin pude ocupar el asiento 8C y ponerme a ver episodios de una serie americana de los 70 en mi iPad. Todo iba como la seda. De pronto eché en falta algo, aun no había pasado ninguna de esas señoritas que creen decir las cosas amablemente pero más bien parece que le traten a uno de imbecil pidiéndome que desconectara aquello que solo ellas llaman "equipo electrónico". Miré el reloj, hacía 20 minutos que estabamos en pista para despegar. Dos minutos después sonava por megafonía la voz del piloto que debía esputar mucho al microfono pero aun así se comprendía su mensaje: no nos movemos por la huelga de controladores aereos.

Me revienta el hecho de tener conocidos que hacen más horas que un reloj y tienen problemas para llegar a fin de mes mientras cuatro mindundis bien pagados, se quejan de su salario. Bien, cierto que los dichosos cotroladores también trabajan lo suyo pero no me parece adecuado a la situación que pidan mejor salario cuando hay más de 5 millones de parados. Por otro lado, cuando uno hace huelga, a quién debe joder es al patrón y dudo mucho que cualquiera de los pasajeros con los que viajaba tuviera relación con él, sea quien sea ese Fulano. ¿Cómo terminamos? Con un cabreo de tres pares por una cosa dirigida contra alguien que no tiene ninguna culpa y si quiera inmuta a quién debiera de estar dirgida.

El avión despegó 3 horas más tarde de lo que estaba planeado y yo con un humor y un vocabulario de aquellos que algunos dirian: "En mi pueblo ni los carreteros"; todo ello dirigido contra los mismos que lo habían provocado, por suerte eso se limitaba a mi mente ya que, como dice la madre de una buena amiga, es de muy buena educación pensar las cosas a la cara de la gente; a pesar de que en mi caso no se quién es esa gente y no se realmente si vale la pena saberlo.

Tras aterrizar todo fue como la seda. Llegué a Londres en menos de dos horas y en media hora más estaba descargando mi maleta y mi banjo en Northumberland Avenue. Entrar y ver a un monton de gente en pantalon corto y chancletas fue una imagen bastante decepcionante aunque debo decir que el chancletismo de ese primer momento no tiene nada que ver con el buen gusto y la corrección que ahora me rodea entre clases y residencia.



Siendo sincero debo decir que esperaba algo digno de un Charles Ryder de Retorno a Brideshead pero con lo que tengo me basto (algo estrecha si es, mi habitación). No soy muy amigo de los estereotipos ni los clichés pero todo mi pasillo huele a curry y he ido viendo que la mayoría de mis vecinos son indios. De hecho esta mañana hablaba de series de televisión con el de la 633 y se quejava de que el no tiene el acento del indio que aparece en Big Bang, comentario que me ha obligado a toser con un mínimo teatrillo. Claramente sí somos, todos, muy estereotipados, pocos españoles hay en mi residencia pero los únicos que no gritan al halar son los que son de Barcelona (que, contándome a mí, somos 3).

Me alegra esar rodeado de tal muliculturalidad, no solo por la variedad si no por la calidad personal de aquellos con los que he tenido la suerte de establecer relación y por la grandes mentes con las que estoy teniendo oportnidad de aprender.

jueves, 26 de abril de 2012

Ciclos históricos


Es curioso que aquello que quienes no conocen la historia son propensos a repetirla. A Argentina no le quedó claro que no se deben tocar los juguetes de los demás después de los rifirafes con Gran Bretaña. Nuestro Margaret Thatcher con barba no se liará a pegar cañonazos por las buenas pero si Argentina hace amigos raros es probable que todo acabe como con lo de Nasser en el 51.

De hecho, si uno se fija, el desarrollo de los eventos es prácticamente el mismo que se dió con la ocupación del Canal de Suez y el embargo de la compañía anglofrancesa que lo operaba (y otras tantas cosillas en el panorama internacional).

Una acción como la de Argentina es tan irresponsabe y peligrosamente tonta como una bolsa llena de martillos. Si la juvetud vandálica ya está a la que salta con  la subida de las tasas universitarias solo nos falta que tengamos una "acción policial" al estilo de la Korea de los cincuenta en sudamérica, con sus correspondientes levas y relcutamientos juveniles.

Cierto que sería más bonito, históricamente hablando, que la última gesta militar española fuera algo distinto a la recuperación de cierto pedrusco marino con nombre de condimento. Volviendo a las levas, teniendo en cuenta el ni-nineo del que la juventud española es partícipe, habría al menos una cierta ocupación o, como mínimo, formación de gente joven que paliaría, en cierto modo, el estado en el que España se encuentra. No hablo de la reinstauración del servicio militar obligatorio aunque creo que haría más bien que daño con los recreos educativos del soldado.

Sin animo de ser belicista, pocas opciones le han quedado al país para desnacionalizar lo nacionalizado por Cristina Fernández. Además que, si se nacionaliza algo, se nacionaliza bien nacionalizado, no discriminando entre inversores, por que ni a argentinos ni a estadounidenses se les ha molestado. Claro está que nadie tira piedras sobre su propio tejado ni escupe en el plato del padre de família. Un compañero de estudios mío quiso abogar el otro día por la actuación de la Presidenta Fernández de Kirchner diciendo que esta expropiación se hace para construir escuelas y similares: nada más lejos de la realidad.

Es desastroso que esté tan de moda el robinhoodismo por parte de administraciones públicas y gobernantes; esto puede ser el más efectivo método para dirigirnos a la más profunda de las anarquías jurídicas. Si ya somos el bufón de Europa, debemos aprovechar esta ocasión para desnacionalizar lo nacionalizado, por no decir recuperar lo usurpado y mostrar que no somos un país de jarana y pandereta.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Equinoccio primaveral

No soy un gran amante de la primavera y menos aun del estado de hiperglucemia al que nos lleva a todos, me incluyo, aunque a unos más y otros menos. Lo peor del caso es que empecemos con lluvias y mal tiempo por mucho que me gusten.

Es también esa época en la que la gente confía más en la bonanza meteorológica y, por ello, se ven camisetas, patalones cortos y esos monísimos vestiditos de verano. Por otro lado, se siguen viendo abrigos y gabanes.

Recuerdo un día de abril del año pasado, en uno de esos eternérrimos semáforos, mientras yo llevaba un tres cuartos americana y chaleco de esos que puso de moda el Príncipe Alberto en Gran Bretaña, tenía al lado a un individuo en camiseta imperio, bermudas y sandalias haVaianas —acabo de descubrir que no se dice "jauaianas" sino haVaianas, como cuando mi padre imita y caricaturiza a su profesor de geografía en el bachillerato hablando de las islas Havai mientras señala Tasmania o Nueva Zelanda. El tipo no era nuestro guiri de manual con sandalias y calcetines, era uno de estos de aquí de toda la vida pero bueno más sorprendente era que el tiempo, parecido al de hoy: lluvia, cielo gris y paraguas transparentes.

Yo personalmente prefiero el sol frío de invierno al destello enemigo de fotofóbicos. Además uno ya no puede ir a leer al claustro de la biblioteca Nacional de Cataluña por que con buen tiempo se llena de niños y adolescentes campaneros sin olvidar la multitud de turistas que se pierden en el Raval durante el "Spring Brake".

Volviendo a la lluvia, yo siempre he adorado el olor a tierra mojada y el chapoteo en charcos como cualquier hijo de vecino —sí, ese niño que nos saplica cuando atravesamos la plaza Adriano (mala idea hacerlo con o después de lluvia) y se le debería atar con correa más corta que la del reloj de pulsera. A mi siempre me gustava salir de los sitios (cafés, biblotecas, tiendas, la facultad o donde sea) y volver a casa a través de una Barcelona encharcada con abuelas cubiertas con bolsas de la compra a modo de Lady Gag de geriátrico pero por el hecho de que andandico andandico uno se moja lo justo y previsto yendo de un sitio a otro. Prefiero la gabardina y el sombrero al paraguas o el chubasquero (uno parece empapar menos los suelos de allí adónde entra y despierta simpatias de gente que carretea pargaguas, modo de iniciar conversaciones).

La lluvia, igual que el agosto, es un gran indicador de si la causa de unos manifestantes es seria y necesaria o se trata de un capricho o rabieta con motivos lejanos a la causa que se alega. Igual que se veía a los anitaturinos frente a La Monumental los domingos de julio mientras que en agosto no estaba ni el tato (eso sí, la manifa convocada con sus consiguientes furgones policiales por si las moscas); en alguna sentada de las del 15-M del año pasado veiamos, un amigo y yo desde la esquina de la Rambla de los Capuchinos con calle Tallers como numerosos individuos se retiraban de las "asambleas" y corrían hacia las bocas de metro de Plaza Catalunya (válgame Dios, siempre salgo con perroflautadas).

En resumen, que sí, que necesitamos agua para el verano y para, entre otras cosas, paliar los incendios y reducir su riesgo pero un pelín de Solete lo agradece hasta el más sombrío de los góticos (perdón por el tópico).

martes, 21 de febrero de 2012

Soldiers' jests

Para Ed Schieffelin la vida militar no iba más allá de la búsqueda de aventuras y fortuna, más allá del mínimo patriotismo que siente cualquier ciudadano de los Estado Unidos, aunque hablamos de cuando aun siendo Estados, no estaban tan Unidos; mejor dicho, cuando lo empezaban a volver a estar, poco después de la muerte de Lincoln.

Acababan de licenciarle en Fort Huachuca, Condado de Cochise, cuando se pertrechó de utensilios de minería para dirigirse al nordeste, tal y como N'Kwala el Apache le había dicho, donde había plata, aunque todos le decían que allí sólo encontraría su tumba. El territorio de Arizona es muy basto y abarca desiertos bosques y montañas, pero Ed Schieffelin no tuvo que hacer más de un día de viaje para empezar a hacer las prospecciones en el terreno indicado por N'Kwala el Apache.

Pasaron los meses y en Huachuca, pueblo que da el nombre al fuerte donde había servido Ed Schieffelin, en una taberna se desató la conversación sobre qué había pasado con Ed Schieffelin, uno dijo que realmente se había vuelto loco en las montañas y creía ser un sasquatch, otros que había marchado al este hacia Georgia o Virginia pero la mayoría de elucubraciones y rumores concluían con la muerte del intrépido Ed Schieffelin. Hasta el momento ninguno de los interlocutores chismosos se había percatado de que en la puerta estaba fumando N'Kwala el Apache.

-Eh, indio-gritó un militar barbudo-, ¿dónde está mi amigo?

N'Kwala el Apache no era tonto, sabía que se burlarían de él si cometía algún fallo de gramática o pronunciación, por eso acostumbraba a hacerse entender a base de señas, por esto señaló al nordeste hacia la garganta de Charleston, visible por una de las ventanas del local.

-Le convenciste, ¿eh?- le dijo el militar barbudo-. Pues mañana me vas a guiar adonde fuera que le llevaste.

El militar barbudo madrugó y fue al campamento que había al lado del fuerte donde había emprendedores, mineros y peregrinos, en el cual solía estar N'Kwala el Apache. Era raro que un indio no estuviera con los suyos y menos con hombres blancos; era así porque N'Kwala el Apache era un descastado, hijo de un Apache y una Absoluca, una mezcla prohibida, trabajar de rastreador y guía para los hombres blancos era lo único que podía hacer aunque no se le trataba mejor que como se trata a un caballo o un perro de caza, pues para ellos no era más que un salvaje más o, peor aún, un animal puesto a su servicio. N'Kwala el Apache ensillaba dos caballos cuando el militar barbudo lo encontró.

Montaron casi sin abrir la boca y pusieron rumbo al nordeste. A media mañana llegaron a la garganta de Charleston y el militar barbudo empezó a extrañarse de no ver nada que le indicara que Ed Schieffelin se hallara en la zona pero N'Kwala el Apache seguía cabalgando con la mirada al frente y sin inmutarse por nada de lo que pasase a su alrededor. Pasaron la garganta y continuaron colina abajo hasta la planicie, entonces N'Kwala el Apache paró su montura y con un gruñido señaló un diminuto campamento a lo lejos. Cuando llegaron no parecía haber nadie, hasta que, sobrecogido pero no sorprendido, vio una gran lápida, la tumba de Ed Schieffelin, supuso.

-¿Qué haces aquí?- oyó el militar barbudo girándose y viendo a otro barbudo pero, este, exmilitar.

-Ed Schieffelin, decían que te habías muerto o vuelto loco o ido al este.

-He encontrado mi tumba- se rió-, os burlabais de mi cuando creí al indio. Pues bien, he encontrado la veta de plata que me indicó y he estado trabajando aquí mientras él iba a por suministros a Huachuca. Dentro de poco empezaré a necesitar más hombres- explicó Ed Schieffelin con una gran sonrisa.

-¿De quién es la tumba?- preguntó el barbudo militar como si de una broma macabra se tratara.

-Lenox. ¿Recuerdas hace un año cuando nos atacaron mientras llevábamos el salario a Fort Huachuca?- el barbudo asintió- N'Kwala el Apache volvió i enterró a Lenox que murió cuando le dispararon en la nuca mientras galopábamos a refugiarnos en la garganta de Charleston. Cuando vino encontró plata y me lo contó. Ahora necesito hombres pero al caerme en la mina me rompí la pierna y no he podido volver y el indio no tiene valor para hablar con nadie. Vuelve a Fort Huachuca y tráeme hombres, si lo quieres también habrá trabajo para ti.

El militar barbudo hizo lo que se le pidió y aceptó la oferta convirtiéndose en otro exmilitar barbudo. N'Kwala el Apache siguió trabajando para Ed Schieffelin como rastreador y explorador. Ed Schieffelin registró la propiedad de la mina como Tombstone (tumba) e hizo, junto a dos hermanos suyos, una fortuna gracias a la plata y otros metales (preciosos y no preciosos) con minas en los territorios de Arizona y Oregon. Finalmente, el campamento minero llego a ser tan concurrido que acabo por convertirse en un pueblo: Tombstone, Cochise County, Arizona.

En cuanto al motivo por el cual N'Kwala el Apache le contó a Ed Schieffelin que había plata en las tierras que habitaban Geronimo, Cochise y Victorio, puede que fuera que vio su espiritu emprendedor o puede que quisiera agradecer que no le apartara como los otros blancos o los suyos que le habían descastado; pero, claro está, que la fortuna sonríe a los intrépidos pero más a los bien intencionados.